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lunes, 11 de abril de 2011

Sobre Funes y la Memoria...

Debo admitir que últimamente, no estoy muy prolífico en cuanto a escritos está relacionado. Menos aún mis acostumbradas lecturas, que prácticamente se redujeron a jornadas en trenes, aeropuertos, estaciones y demás sitios y/o medios en que me transporto cuando viajo ocasionalmente. En medio de una de estas jornadas, cargué entre mis cosas con un par de joyas de la literatura latinoamericana, los dos famosos libros de cuentos del maestro Borges, "El Aleph" (1949) y "Ficciones" (1944); textos que bien se pueden considerar como excelentes compañeros de viaje, incluso hay quienes les ven como material indispensable dentro de la valija de cualquier viajero, que pueden ser disfrutados una vez tras otra, sin perder la vigencia y la capacidad de maravillar que traen entre sus páginas.

Son muchas las historias que albergan estos dos libros, las cuales sobra decir, cualquier persona que se precie de disfrutar de la literatura latinoamericana debe poseer. Historias que deambulan entre el realismo histórico y la ficción metafísica o cosmológica -como si hubiera de otro tipo-, entre herejías sociales y máximas filosóficas, en donde se mezclan las alucinaciones, los relatos, los sueños, los recuerdos y hasta las premoniciones de sus personajes, todo esto acompañado de un profundo y amplio conocimiento humano. La mayoría de ellas comparte sobre todo una característica, son historias dedicadas a la vida y a la muerte, a los vericuetos de la parca tras los hombres, y a las acciones en que estos últimos incurren para evitarla o engañarla, aun para llegar más pronto a ella; al fin y al cabo, de qué otra cosa puede un escritor digno de respeto hablar, más que de la vida y la muerte?

Sobre cualquiera de estas historias podría hacer una entrada; sus particulares sociedades ficticias, con sus sacras lenguas que llenan los anaqueles de las maravillosas empero extrañas bibliotecas. Podría hablar sobre sus muertos, o sus vivos que mientras mueren en el camino al patíbulo regalan al mundo su obscura verdad, o muertos a quienes dios les concede la gracia de vivir un año en un instante infinitamente pequeño, sólo para terminar de escribir un poema; de guerreros abatidos en combate que regresan para cambiar la vergüenza encerrada en su final, o por qué no de traiciones y mezquindades, características sin las cuales un hombre no podría saberse como tal. Quizá podría hablar de sus inmortales, a quienes su eternidad los arrojó a las obscuras cavernas de la inconsciencia, o más aún, de la infinita gloria de su Aleph encerrado en el sótano de una casa cualquiera.

Pero no, de toda esta montaña de fantasía e histrionismo, me he quedado con una particular, la historia de Funes, el memorioso.

Por qué Funes y no todos los demás? quizá porque Funes representa la diferencia, el ciclo infinito. Todo ser humano, indiferente de la escala de miseria en que se encuentre su existencia gozará del mismo regalo, su cuello será pasado por la faca del tiempo y la memoria. A Funes para la mayor de sus desgracias, este don le fue arrebatado, al menos el del olvido.

"...Lo recuerdo (yo no tengo derecho a pronunciar ese verbo sagrado, sólo un hombre en la tierra tuvo derecho y ese hombre ha muerto)..."

Mejores palabras no pudo encontrar el maestro Borges para comenzar una historia, relatando en primera persona, cumpliendo con un deber adquirido por el mero hecho de haber conocido tal prodigio de la vida, un póstumo homenaje a Ireneo Funes.

Muchas veces he hablado de la memoria, de los recuerdos, del hecho de describir a un hombre solo por su pasado, o de éste como su principal material constitutivo. He llegado casi al punto de rendir culto a esta cualidad, simplemente porque a mi juicio memoria es sinónimo de aprendizaje, un hombre que no recuerda su historia está muerto desde el punto que empezó a olvidarla, así ésta inevitablemente sea "una historia llena de infamias" como sabiamente alguna vez apuntó Julio Cesar, o peor aun, como la ya manida frase, condenado a repetirla. Pero, hasta dónde la memoria?

Funes empezó su vida como un hombre corriente, diría más como un "cimarrón" que como un "Zarathustra" -como alguien llegó a describirlo-, en una locación olvidada del bien y del mal, donde los días son equivalentes a sus noches, simplemente transcurren. Corriente, salvo la particular capacidad de acertar la hora del día cuando se le inquiría. Sin embargo, en un fatídico o tal vez afortunado incidente, la vida de Funes cambió para siempre, momento a partir del cual dejó la vida de aquel que "vive como quien sueña: mirando sin ver, oyendo sin oír, olvidóndolo todo, o casi todo". Desde ese instante, perdió la capacidad de olvidar junto a gran parte de su movilidad, un mal menor según el propio Funes, quien veía su destino con sesgo positivo.

Por supuesto, para Funes era algo grandioso el hecho de recordarlo todo, considerando que de manera directa recordarlo todo implica aprenderlo todo. Absolutamente todo lo que pasaba por la vida de este hombre quedaba para siempre en su memoria, cada cosa que a bien tuviera pasar por sus ojos, por su nariz, por cualquiera de sus sentidos, quedaba allí para siempre.

Descuidadamente cualquier persona podría decir que esta capacidad es envidiable, yo me he encontrado afirmando al vació que sería deseable este don. Sin embargo, el final de Funes es el indicador de que la memoria, como cualquier cosa que pueda habitar los callejones de la conciencia humana tiene un límite que si no se respeta, terminará por convertirse en otra pesada carga, como si no hubiesen suficientes taras de las cuales deshacerse ya.

Conozco personas que aun con el paso de los años, algunos aspectos de sus vidas se han quedado paralizados, recordando, o mejor, rumiando un instante, una situación, una idea o un recuerdo. Personas con quienes es posible la extraña situación de encontrarles después de meses, incluso años y tener una conversación idéntica a la última, en resumen encontrarles en el mismo punto, viviendo día tras día su neurótica agonía. Inocente aquel que se pregunta el por qué de sus tristezas, mientras persiste en la necia empresa del recuerdo, mientras urde planes de un futuro pleno de acciones pretéritas. Algunos de estos planes incluyen, venganza, perdón, justicia, "abrir alas para volar" y demás expresiones de carácter similar; oh gloriosa vanidad!

"Sospecho, sin embargo, que no era muy capaz de pensar. Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer. En el abarrotado mundo de Funes no había sino detalles, casi inmediatos."

El momento presente es el verdadero don, o al menos su percepción dada la carencia de existencia de tal concepto, despreciado y subvalorado como todos y cada uno de los pocos conceptos útiles que existen.

Funes con el pasar del tiempo terminó reducido a una obscura habitación, rememorando cada instante pasado, preso de su propio don en donde el presente había prácticamente desaparecido. Recordar un día entero le tomaba igualmente un día, pero lo pensado o recordado pasaba a ser un nuevo recuerdo, así un día de recuerdos se convertía en dos, los dos anteriores se convertían en otros dos de recuerdos, y así ad infinitum, sin la esperanza de poder algún día salir de su ciclo.